Champán
Claudia toma antidepresivos desde que su novio la dejó tirada después de doce años de relación, casi un matrimonio. Comenzaron a salir a los 16, cuando ambos eran compañeros de clase y las hormonas les impulsaban a sentir morbo. Ahora, mientras abría una botella de champán, él trabajaba de revisor en un tren que cubría el trayecto entre su pueblo y la gran ciudad. Sospechaba que salía con una de las funcionarias del Ayuntamiento, la Rosalía, una pechugona que compraba ropa de talla infantil para remarcar con descaro su silueta cachonda de celulitis.
Desenrrolló con torpeza la capucha metálica de la botella, un delicioso champán Lutress de importación francesa. Sus dedos cadavéricos retorcían el blando metal que cubría el tapón con sensualidad y tras quitarlo hicieron palanca bajo el corcho, que salió disparado como una bala hacia el techo. Claudia se asustó, miró para arriba y sintió alivio al ver que el proyectil no dejó ninguna mancha en su coqueto apartamento de solterona.
<< Home