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Encendida compasión sentía el guerrero
¿pero hacia quién? Quien nadie lo sabía
y pocos lo sospechaban, suspicaces.
El guerrero depuso sus armas al cumplir
cuarenta años de guerras y gallardía:
su espada, una robusta armadura,
de todo se desprendió y lo depositó
en la escalinata del templo lenvantado en honor,
en honor levantado al dios Restefe.
Quedó sólo vestido por una humilde túnica de lino
que cubre costras de sus heridas.
Heridas por el filo del enemigo que más duele.
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