Experimento

Cuando el obrero despertó sobre unas sábanas húmedecidas por su propio sudor no se acordaba de nada. Abrió los ojos lentamente, pero seguía envuelto en la oscuridad. Con calma volvió a cerrarlos, pero cuando de nuevo levantó los parpados le invadió la angustia porque no lograba ver.
- ¡Dios Mío! ¿Dónde está la luz? -gritó histérico.

La enfermera, una adolescente rubia con los pechos grandes que estaba a su lado en silencio, avisó al médico apretando un botón en la pared. Mientras llegaba observó el rostro afilado y duro de su paciente, bronceado a fuerza de trabajar al aire libre, y las marcas de las mangas y de los guantes que el sol le imprimió en los brazos musculosos que sobresalían de la sábanas. El obrero se revolvía sobre la cama nervioso y comenzó a palpar la pared para encontrar el interruptor, que estaba fuera de su alcance en el extremo de la habitación, pero estaba encendido. La expresión de su cara aterrorizó a la enfermera, pero recibió órdenes estrictas de no actuar bajo ningún concepto y seguía sin inmutarse aguardando con impaciencia al doctor.
Por fin el doctor entró, le agarró de los brazos con fuerza para inmovilizarlo, sacó una jeringuilla del bolsillo interior de su bata blanca, pringada de suero, y le inyectó una sustancia verde y espesa, la enfermera jamás la había visto, que al instante le obstruyó los conductos sanguíneos.