Graciela
Con el paso de los años Graciela desarrolló un instinto especial para seducir a los hombres y manejarlos a su antojo. Le bastaba una mínima insinuación para conseguir del sexo opuesto todo lo que quisiese. Cuando paseaba por el barrio, con su andar provocativo que contoneaba con soltura sus caderas, los obreros le silbaban y atraía las miradas, tanto las descaradas como las tímidas. El resto de mujeres la envidiaba porque, a pesar de que siempre vistiese de negro con una vulgar ropa recatada, iba elegante. Por qué guardaba luto era un misterio. Seguro que no por viuda, puesto que no se le conoció pareja, y sus padres, todavía vivos, residían con ella en un modesto apartamento cerca del río, pero por temor a su carácter reservado nadie se atrevió a preguntárselo para salir de dudas. En los corros de los domingos por la tarde las marujas chismorreaban a sus espaldas.
anselmocobiran@yahoo.es
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